Es bastante fácil, en Paris, dejarse encandilar por las luces de la ciudad. Bueno, es probable que la expresión venga de ahí, o merecería. Uno quiere inmediatamente adquirir la prosodia, torcer la mandíbula como corresponde, cargarse al hombro los mil años de historia, los cien años de belleza. Pertenecer. Entonces, los no contaminados nos reímos del intento, tan inocente y que seguramente cambiará en un tiempo, o no, andá a saber.
El tipo no.
No es el caso. El tipo es un francé que vino a dar a esta ciudad (bastante francesa en muchas cosas, ya vendrá al caso) y que está buscando aquella ciudad. Lugar. Su comportamiento lo delata (no es difícil, se enorgullece de su ser). Una segura visión de que la forma hace a la esencia, típico comportamiento francés que a primera vista parece pura afectación, pero que viniendo de quienes supieron voltear a Luis y a María Antonieta, bueno, revisemos la idea. Es algo más. Es la búsqueda de conservar algo. Andá a saber si vale la pena, pero vale la pena.
Después, el esfuerzo por conservar la cultura. Emitir esos ruidos con propiedad al hablar, intentando conservar lo correcto. El tipo corre con desventaja, hasta se resigna a veces, pero constantemente lo intenta. No por pertenecer, sino por ser. Vale.
Tiene hasta lo peor del francés. Es capaz de sonreír socarronamente, y soltar el ¿Primera vez en París, verdad? ante dos extraños que eran realmente idiotas, que eran capaces de llegar a esa ciudad donde el metro termina doce y media a las doce, sin lugar dónde ir, y esperando que un conserje de hotel les dijera donde está otro hotel, como si fuera en la Comercial. Pero que además tenían veinte años, diosmío! Siempre se es idiota a esa edad. Pero el francé no perdona el desliz, y gestiona odio de los involucrados.
Lo que no me queda claro es si el haberse comportado como un anfitrión perfecto con un huésped absolutamente desalineado con los principios anteriores y probablemente algunos otros de simple humanidad; el haber pacientemente esperado esos primeros días en los que el otro no sabía ni comprar un "carnet pour Paris", ni comunicarse con su entorno; el hacer de traductor en casos de cirugía mayor; el de hacer de guía, asesor y orientador en una ciudad que los necesita, juro que los necesita; si todo eso es de francé o de buena gente. Lo que sé es que al francé le debo una, que probablemente nunca pague, porque no estaré a su altura. O sí, anda a saber.
[El problema que tienen ustedes aquellos que consideran que esto es poesía barata, enumeración apoética de virtudes en un simple devolver gentilezas, es que simplemente no entienden en qué consiste la vida. Yo sí. Traten de no joderme].
jueves, octubre 25, 2007
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1 comentario:
nadie más dijo nada, pero sí, es un gran tipo el francé.
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