martes, mayo 12, 2009

Esa eternidad irrisoria

"Mi campo --dijo Goethe-- es el tiempo." He aquí la palabra absurda. ¿Qué es, en efecto, el hombre absurdo? El que, sin negar lo eterno, no hace nada por él. No es que la nostalgia le sea ajena. Pero prefiere a ella su valor y su razonamiento. El primero le enseña a vivir sin apelación y a satisfacerse con lo que tiene, el segundo le enseña sus límites. Seguro de su libertad a plazo, de su rebelión sin futuro y de su conciencia perecedera, prosigue su aventura en el tiempo de la vida. Ahí está su campo, ahí su acción, que sustrae a todo juicio excepto el suyo. Una vida más grande no puede significar para él otra vida. Sería deshonesto. No me refiero aquí a esa eternidad irriosoria que se llama posteridad. Madame Roland se remitía a ella. Esa imprudencia recibió su lección. La posteridad cita de buen grado la frase, pero se olvida de juzgarla. A la posteridad Madame Roland le es indiferente.

No se trata de disertar sobre la moral. He visto a personas que obraban mal con mucha moral y todos los días compruebo que la honradez no necesita reglas. El hombre absurdo sólo puede admitir una moral, la que no se separa de Dios: la que se dicta. Pero él vive justamente al margen de ese Dios. En cuando a las otras morales (e incluso también al inmoralismo), el hombre absurdo no ve en ellas sino justificaciones y no tiene nada que justificar. Aquí parto del principio de su inocencia.

***

Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. ¡Un rostro que pena tan cereca de las piedras es ya de piedra! Veo a ese hombre bajar con pasos pesados aunque regulares hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esa hora que es como un respiro y que se repite con tanta seguridad como su desgracia, esa hora es la de la conciencia. En cada uno de esos instantes, cuando abandona las cimas y se hunde poco a poco hacia la guarida de los dioses, Sísifo es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.


(Albert Camus - El mito de Sísifo)