martes, noviembre 15, 2005

Fresán por tres

La magia secreta de un libro ajeno ---un libro no escrito por alguien que no somos nosotros y que, incluso, es un libro que ni siquiera nos pertenece--- reside en que uno, como ciertos animales peligrosos que sin embargo se domestican fácilmente (no a partir de la fuerza, eso que nos une a todos y nos iguala, sino de la inteligencia, aquello que nos separa en tribus irreconciliables y que nos hace temblar de felicidad ante el encuentro con un par), tiene algo que ganar leyendo. La prueba de esto es que las infancias con libros se recuerdan siempre como más felices que las infancias sin libros: uno puede haber tenido una niñez terrible, pero si leyó a la luz de grandes libros durante su oscuridad, a la hora de hacer memoria, se puede optar por el consuelo de recordar la alegría de las ficciones y no las tristezas de una realidad mal escrita.

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La memoria es el playback de nuestra vida y, en ocasiones, nosotros no hacemos otra cosa que mover los labios sin emitir sonido alguno, porque es nuestra memoria la que canta a través de nosotros. A lo sumo, en contadas ocasiones, cantamos un poco, desafinamos; pero la memoria nos ayuda poniendo a girar la música de nuestro pasado, nuestros Greatest Hits cada tanto remasterizados, cada tanto incorporando un bonus-track, versiones alternativas de la misma canción de siempre. Hay un momento imperceptible pero terrible y trascendente en que, pienso, finalmente estamos llenos de pasado, de memoria, por lo que nuestro presente y lo que nos queda del futuro no es más que un constante actuar ---cantar--- de acuerdo con lo que nos ordena y nos sugiere todo aquello que tuvo lugar hace tiempo. De ahí que los ancianos suelan recordar sucesos remotos con mayor facilidad que aquello que hicieron hace unas horas. El ayer es el refugio y ya no hay nada nuevo que pueda ocurrirnos, porque todo lo que nos puede llegar a suceder tiene su rumbo ya prefijado en un mapa viejo de la isla electrojaponesa de Karaoke.

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(...) tienen finales muy felices o finales muy tristes según del lado en que uno quiera ponerse o, mejor dicho, según del lado en que uno ya está por más que no se haya dado cuenta de cuándo fue que lo eligió, por más que nunca le hayan explicado que esa elección era para siempre.

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