martes, setiembre 25, 2007

Paris (II)

Ayer nos fuimos con mis ahora dos anfitriones a dar una vueltita por el Barrio Latino, los puentes del Sena, el Boulevard Saint-Michel, etcétera (pronunciar etcétera como un francés, con la tónica al final). Confirmo: Notre Dame de Paris se merece todos pero todos los adjetivos superlativos (relacionado: empiezo a entender por qué los franceses tienen tantos adjetivos así: tienen mucho para aplicarlos). La arquitectura es compleja, tan compleja que hasta un bruto como yo se da cuenta, mirando un poquito atentamente. Y todavía no entré, como no entré a la Sainte-Chapelle. Una tardecita de esta, como me supo recomendar Frank, y como pienso hacer.

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Los jardines de Paris son, creo, el principal escape de los franceses a los turistas. Los turistas están en todos lados, son una peste. Lo cual es, lo sabemos, lo que dicen todos los turistas, que quieren Notre Dame para ellos solos, a ver si le pueden sacar una fotito en exclusiva. N'est pas posible. Estábamos en los jardines y en los parques: el parque Monsouri, acá nomás, a la vuelta, cerca de la Cité Universitaire, el domingo de mañana estaba lleno de parisinos (parecían parisinos, yo que sé) con niños, en plan (al fin) de disfrutar un lugar, y no de absorberlo. Con los gurises, jugando a la pelota (pelota en estos días ovalada, porque se está jugando el mundial de Rugby por acá y los gurises y los bares andan todos atrás de Les Bleues), o corriendo por el parque, o jugando al ajedrez o sentandose a mirar el lago. Escapando.

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Elaborábamos el otro día con eduardo una teoría sobre la tremenda leyenda de la poca amabilidad de los parisinos. No sé, me recuerda tan fácilmente a los sanduceros hablando de los montevideanos, prejuzgando por temor. Claro, hay un temita: si alguien pronuncia cambiando la sílaba tónica, cambiando a's por e's y o's por u's, se complica para entender. A mí hasta los inspectores del mètro (que vienen a ser lo más malo que anda por esta ciudad, y son muchos) hacen lo que pueden por entenderme y responderme. Borrando la leyenda, por favor. Los parisinos son, me atrevería a decir, bastante más amables que los carniceros montevideanos, y ni que hablar de los guardas de Cutcsa.

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Dos destacables: el sistema de transporte y la cartelería. Ambos bastante cercanos a la perfección, más para alguien que viene del caos montevideano.

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Tengo más, una teoría despreciativa sobre la gente, que sostiene que para tener atractivo turístico tiene que ser grande antes que lindo, una reflexión sobre el mamotreto ese que se llama Torre Eiffel (se pronuncia Effel) que igual conmueve cuando uno se aproxima, un par de reglas de pronunciación que ni miras de aprender. Etcétera (no se olviden, la sílaba tónica va al final). Pero ahora me tengo que ir a dormir, hoy fue un día largo y mañana voy a ver si me da el tiempo para ir al cementerio de Montparnasse. O de nuevo a Notre Dame. No estaría mal.

guillermo
por la copia, rodia

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