miércoles, octubre 21, 2009

De terror

En mi casa, por recomendación de Diego, estamos mirando Coraline. "A Valentina, si no se asusta, pasale Coraline. Yo la vi, y me gustó". Pensé que tal vez podía asustarse. Probé, y se asustó un poco en algunas partes, y no le convencieron otras. Y tuvo su opinión. Y Coraline es una excelente película.

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Casualmente, en la diaria de hoy, aparece esta nota, en la sección Mundo idiota:

La reciente película -aún no estrenada en Uruguay- de Spike Jonze, Where the Wild Things Are, se ha convertido en un gran éxito, pero también en fuente de varias críticas de padres preocupados. El film está basado en un best-seller de literatura infantil publicado por Maurice Sendak, que cuenta el periplo de un niño por una tierra de monstruos, en lo que resulta ser un viaje de iniciación y un relato moral. Pero algunoas padres solamente parecen haber percibido lo tremebundo de los monstruos visualizados por Jonze, y algunos han elevado petitorios acusando a la película de ser demasiado violenta para los infantes.

Consultado al respecto, el autor de la novela, Sendak, contestó sin mucha diplomacia que esos padres preocupdos "se podían ir al diablo", agregando que si los niños actuales no podían aguantar esa historia "que se vayan a sus casas, o que mojen los pantalones; que hagan lo que quieran".

Defensor del derecho infantil a asustarse un poco, Sendak recordó también que su personaje favorito de Disney cuando era niño, el ratón Mickey, no era precisamente la más amable de las criaturas en un principio, cuando aún tenía dientes, y que solía maltratar a Minnie y hacer cosas dudosas, pero que luego, como el personaje se hizo demasiado popoular habían pasado esas características al Pato Donald y Mickey se había convertido en "una gran nada" a la que "desprecié luego de cierto tiempo".


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La razón de la rosa


La Constitución y las leyes marcan límites a los individuos. Los jueces resuelven en ese marco los conflictos sociales, y el Estado puede usar la fuerza para garantizar que las normas se cumplan. Pero todo eso no basta para que exista un estado de derecho; hace falta también el propio poder estatal respete de modo estricto los limites constitucionales y legales. De lo contrario, traiciona la confianza de los ciudadanos que le han permitido actuar con violencia y el sistema creado para asegurar una convivencia libre y civilizada se convierte en un generador de arbitrariedad e incertidumbre. Esa traición del Estado es el peor crimen contra la democracia. Siembra un miedo que no lo deja crecer.

Esa traición fue la que cometió la dictadura cívico-militar uruguaya. Se apoderó del poder estatal delegado por la gente, y lo empleó contra ella para el terrorismo de Estado, que es el más grave de los terrorismos. Los represores no sólo fueron culpable de hurtos, violaciones, torturas, desapariciones y asesinatos, sino también de sofocar las bases mismas del estado de derecho, al pervertir la función de los poderes públicos.

La Ley de Caducidad agravó el crimen cuando pretendió darle validez, en democracia a la perversión dictatorial. Lo hizo en nombre de una presunta “lógica de los hechos” a la que quiso consagrar como derecho, y arrasó así, en forma simultánea, con el derecho y con la lógica. Mandó callar a la sociedad lastimada y a los jueces, que tenían el deber de asistirla para que pudiera sanarse. Otorgó al presidente de turno la potestad de bloquear, por una solo voluntad y sin rendir cuentas a nadie, la búsqueda de la verdad y la determinación de responsabilidades. Por ésos y muchos otros motivos violó la Constitución, como lo reconoció el lunes mediante una declaración contundente y unánime, la Suprema Corte de Justicia.

Para convencer a la población de que debía aceptar ese acto profundamente regresivo, el gobierno del doctor Julio María Sanguinetti y sus aliados apelaron al recurso mas indigno: sostuvieron, hasta el último minuto de la campaña por el referendo de abril de 1989, que la impunidad disminuía el riesgo de dictadura.

Mentían: no había condiciones, en América Latina de fines de los 80, para golpes de Estado, ellos lo sabían mejor que nadie; quizás algún día quede claro por qué querían que la gente creyera imposible un verdadero restablecimiento del estado de derecho.

El resultado hundió al país en la miseria moral y el desamparo ético, como nos lo han recordado numerosas ocasiones los organismos de la comunidad internacional que se ocupan de cuestiones jurídicas. Al establecer que la sociedad debía dejar pasar los peores crímenes, se borraron los puntos de referencia para cualquier otro deseo de justicia. Varias generaciones han crecido bajo la consigna implícita de que cualquier aberración puede aceptarse por conveniencia.

El concepto de justicia es un producto histórico de la civilización; sustituye el imperio de los mas fuertes, y se ajusta a la evolución de las ideas predominantes sobre lo que no puede permitirse. Remplaza, por lo tanto, a la venganza, y auque los olfatos sensibles puedan reconocer aún ese origen, todo huele mucho peor cuando el despotismo se sale con la suya y la justicia como escribió León Felipe “vale menos, infinitamente menos que el orín de los perros”. El domingo 25 tenemos la oportunidad de limpiarla con el Sí a la anulación de la Ley de Caducidad, para que, por primera vez en décadas, recupere un aroma a futuro.

Marcelo Pereira, la diaria, miércoles 21 de octubre de 2009

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En el año 89, en Paysandú, la murga Guarda el Pomo cantaba:

Yo firmé, yo firmé / dígame compadre ¿qué sucederá? / vote bien, vote bien / no habrá más impunidad

Seguramente a diferencia de la mayoría de los lectores de este blog, en ese año yo hubiera votado amarillo. Por suerte no podía votar. Mi madre, colorada como el resto de mi familia, votó verde, ante el horror del entorno, sumergido en el terror.

Mi madre el domingo vota rosado.

Yo voy a volver a Paysandú, a votar rosado.

Es raro, muchos me preguntaron por qué andaba con el pin. Invariablemente les contesto: "Porque tengo una hija que va a cumplir cuatro, y un hijo que va a cumplir dos". And i mean it.

Vuelvo al año 1989, y me pongo a tararear el Jingle Bells, y canto lo que no canté entonces, y lo que seguramente no voy a cantar esta vez, porque ya no tengo 17 años, y disfruto mucho más los silencios.

Yo firmé, yo firmé / dígame compadre ¿qué sucederá? / vote bien, vote bien / no habrá más impunidad

Y pienso: hijos de puta, ¿cuánto nos costaron tantos años de terror?

3 comentarios:

Javier Couto dijo...

jumper, te evito que repitamos los intercambios en torno al voto verde y amarillo, etc.

pero con respecto a lo otro, me parece a mí o el mensaje es que los que se fueron pueden también ir a lavarse el ?

me salgo de la vaina por volver al paisito, mi viejo, no te hacés una idea

Rodia dijo...

No sé, amigo. Cuando puse "¿cuánto nos costaron tantos años de terror?", nunca pensé que la respuesta fuera "tanto como para que nada haya cambiado".

Creo que este domingo de octubre fue un triple paso atrás, pero puede ser doble o simple o cuádruple. No sé. No puedo pensar.

circe dijo...

sobre coraline, esos deben ser los mismos padres que soplan la sopa para que no se queme el nene y en navidad le dan un alambre caliente que despide chispas.