Skakespeare se retira a Stratford. Finaliza La Tempestad y Próspero, el mago, ha perdonado a sus enemigos, ha liberado a Ariel y ha abdicado de su magia. Y en el epílogo habla, y uno descubre de qué se trataba todo esto.
Hay verdades históricas que deberían ser verdad, más por hermosas que por verdades.
Now my charms are all o'erthrown,
And what strength I have's mine own;
Which is most faint; now 'tis true,
I must be here confin'd by you,
Or sent to Naples. Let me not,
Since I have my dukedom got,
And pardon'd the deceiver, dwell
In this bare island by your spell:
But release me from my bands
With the help of your good hands.
Gentle breath of yours my sails
Must fill, or else my project fails,
Which was to please. Now I want
Spirits to enforce, art to enchant;
And my ending is despair,
Unless I be reliev'd by prayer,
Which pierces so that it assaults
Mercy itself, and frees all faults.
As you from crimes would pardon'd be,
Let your indulgence set me free.
(William Shakespeare - The Tempest)
Escucho Cruz de la Pequeña Orquesta Reincidentes y me veo tentado a publicarlo de nuevo. Debería.
viernes, agosto 24, 2007
viernes, agosto 17, 2007
El infierno siempre comienza en la frontera (columnista invitado)
El tipo tiene la bastante reveladora virtud de usar su nombre como apodo, y no escudarse detrás de fachadas. Dice bastante eso, creo. Un honor, Mr. Frank.
Cuando uno viaja hacia el este en Europa, un decir, de Austria a Rumania, los austriacos hablarán pestes de los húngaros, y ellos a su vez demonizarán a los rumanos. Esto no es novedad, lo ya lo he sentido varias veces.
Pero como siempre, sabernos afectados por un preconcepto no implica que podamos desactivarlo. Por lo tanto, la fuerza con la que la gente de Thessaloniki nos advertía de los turcos, no hizo otra cosa que alimentar mi ya abundante colección de prejuicios hacia ese pueblo, colección amasada durante el contacto con sus representantes menos ilustres en esta parte del planeta.
La llegada a Estambul estuvo entonces empapada de un sentimiento que solamente puedo definir como aprehensión, cosa que nunca había sentido al llegar a sitio alguno.
La idea de Estambul me abrumaba. Una ciudad con 6000 años Historia, en ese lugar, y encima de mayoría islámica, me hacía sentir ante todo irremediablemente turista, algo que ya saben detesto, y también como un niño chico suelto en un lugar inhóspito. Ahí va, inhóspita era la Estambul que me imaginaba.
No pude haberme equivocado de peor manera.
La primer sorpresa fue todavía en Grecia, cuando tomé ese tren super lujoso, en la estación más hecha paté que haya pisado en Europa. Un tren turco, con la bandera grabada en las ventanas (señal que adelantaba la omnipresencia de los símbolos nacionales en Turquía), pero con camarotes equipados con todas las comodidades, heladera incluida. En ese tren nos pasamos la noche conversando, escuchando los bocinazos constantes del conductor y por primera vez en mucho tiempo, el ruido de las uniones de los rieles entre sí, ya que hasta ese momento siempre había viajado por vías soldadas, como es el estándar en la zona UE. Calculo que estarán esperando los fondos de infraestructura comunitaria para cambiarlos. I digress, again.
La segunda gran sorpresa fue la tranquilidad y la escala humana de Sirieçi. La ausencia de una horda ofreciendo hotel o transporte, vaticinada por los expertos y esperada por cualquier viajante que haya pisado, sin ir más lejos, alguna terminal de ómnibus de Argentina, fue algo que se hizo notar inmediatamente. Luego, la modernidad del tranvía, y otra vez, lo poco que nos ofrecieron alojamiento mientras caminábamos al hostal reservado de antemano, y que en el hostal todo fuera como se prometía, o mejor. Y más tarde, lo fácil que es moverse en la ciudad, y que nos cobraran el agua embotellada lo que a todos los turcos, y que nos regalaran un helado que se suponía debían regalarnos al comprar un primero, en fin, un cliché derribado detrás de otro, sin parar, sin dar tregua.
Pero lo más raro, fue que de forma concurrente a ese cataclismo de prejuicios, otro montón de preconceptos se confirmaban momento a momento. En Estambul, por supuesto, todo es regateable, es el emporio del Kebab, y de todo lo imaginable. Hay tiendas de cualquier cosa. Desde válvulas de cañerías industriales, hebillas de cinturones dolce y gabbana, pelotas de fútbol, caireles, y claro especias, pufs, pipas de agua y alfombras. Todo junto, siempre con ese aire a Chui que no puede más, y entreverado con mezquitas imponentes y obras de infraestructura del año 300, pero siempre en una armonía difícil de explicar, y lleno, lleno de gente.
Y ese es otro punto destacable (iba a decir el otro punto destacable, pero hay seguramente muchos más). La gente. Los Estambulenses hablan todos los idiomas, siempre están dispuestos a dar una mano sin pedir nada a cambio, pero sobre todo, viven la ciudad con una intensidad, que hace empequeñecer la marea de turistas que la recorren, mitigando enormemente el sentimiento de ser un extraño en ese lugar. Estambul no es una ciudad de cartulina, esa especie de Disneylandia en la que está convertida por ejemplo Praga. A dos cuadras de mi hostal, que está en un barrio de hostales y hoteles, y a 150 metros de Santa Sofía, viven turcos que no viven del turismo. Eso no se ve en todos lados creanmén. Al menos no en lugares tan hermosos como ese (me siento un poco cursi usando ese adjetivo, pero es el apropiado). Ellos se resisten a dejarle la ciudad a los turistas. Incluso en el Bazar, donde los tenderos cumplen su papel de negociantes siguiendo un guión milenario ante los extranjeros, los residentes hacen sus compras de todos los días, y ni se inmutan por las cámaras de fotos.
Que los clichés sean verdad, pero sobre todo que sean de verdad es una sensación excelente.
Por último, la otra impresión que vale la pena mencionar, es la forma en que la ciudad muestra, a pesar de haber dejado de ser incluso capital de un país, su cualidad de Centro del Imperio. Y no solamente cuando uno camina por el palacio, que después de todo pertenece al más reciente período otomano (los últimos 500 años, o toda la historia de la América hispana), sino que la ciudad toda respira un aire de importancia inocultable, incluso las pequeñas calles, los rincones aparentemente más simples, tienen la capacidad de transmitir eso que te recuerda dónde estás parado, en todos los sentidos de la expresión.
Porque este post se ha vuelto muy largo, pero recordemos que Turquía sigue siendo el país bisagra entre la hoy, como hace tanto tiempo, vigente tensión entre el mundo cristiano y el musulmán. Tensión que vio nacer, y que según en qué época supo sufrir o mitigar pero generalmente no fomentar. Tensión que se nota en la política, en la omnipresencia del Islam en la ciudad y en el contingente yanqui en camino a Afganistán que compartió la sala de espera de mi vuelo de regreso a Munich. Cosas que te recuerdan que la importancia geopolítica de esas colinas, ni fue gratuita ni perderá fuerza por un buen tiempo.
Cuando uno viaja hacia el este en Europa, un decir, de Austria a Rumania, los austriacos hablarán pestes de los húngaros, y ellos a su vez demonizarán a los rumanos. Esto no es novedad, lo ya lo he sentido varias veces.
Pero como siempre, sabernos afectados por un preconcepto no implica que podamos desactivarlo. Por lo tanto, la fuerza con la que la gente de Thessaloniki nos advertía de los turcos, no hizo otra cosa que alimentar mi ya abundante colección de prejuicios hacia ese pueblo, colección amasada durante el contacto con sus representantes menos ilustres en esta parte del planeta.
La llegada a Estambul estuvo entonces empapada de un sentimiento que solamente puedo definir como aprehensión, cosa que nunca había sentido al llegar a sitio alguno.
La idea de Estambul me abrumaba. Una ciudad con 6000 años Historia, en ese lugar, y encima de mayoría islámica, me hacía sentir ante todo irremediablemente turista, algo que ya saben detesto, y también como un niño chico suelto en un lugar inhóspito. Ahí va, inhóspita era la Estambul que me imaginaba.
No pude haberme equivocado de peor manera.
La primer sorpresa fue todavía en Grecia, cuando tomé ese tren super lujoso, en la estación más hecha paté que haya pisado en Europa. Un tren turco, con la bandera grabada en las ventanas (señal que adelantaba la omnipresencia de los símbolos nacionales en Turquía), pero con camarotes equipados con todas las comodidades, heladera incluida. En ese tren nos pasamos la noche conversando, escuchando los bocinazos constantes del conductor y por primera vez en mucho tiempo, el ruido de las uniones de los rieles entre sí, ya que hasta ese momento siempre había viajado por vías soldadas, como es el estándar en la zona UE. Calculo que estarán esperando los fondos de infraestructura comunitaria para cambiarlos. I digress, again.
La segunda gran sorpresa fue la tranquilidad y la escala humana de Sirieçi. La ausencia de una horda ofreciendo hotel o transporte, vaticinada por los expertos y esperada por cualquier viajante que haya pisado, sin ir más lejos, alguna terminal de ómnibus de Argentina, fue algo que se hizo notar inmediatamente. Luego, la modernidad del tranvía, y otra vez, lo poco que nos ofrecieron alojamiento mientras caminábamos al hostal reservado de antemano, y que en el hostal todo fuera como se prometía, o mejor. Y más tarde, lo fácil que es moverse en la ciudad, y que nos cobraran el agua embotellada lo que a todos los turcos, y que nos regalaran un helado que se suponía debían regalarnos al comprar un primero, en fin, un cliché derribado detrás de otro, sin parar, sin dar tregua.
Pero lo más raro, fue que de forma concurrente a ese cataclismo de prejuicios, otro montón de preconceptos se confirmaban momento a momento. En Estambul, por supuesto, todo es regateable, es el emporio del Kebab, y de todo lo imaginable. Hay tiendas de cualquier cosa. Desde válvulas de cañerías industriales, hebillas de cinturones dolce y gabbana, pelotas de fútbol, caireles, y claro especias, pufs, pipas de agua y alfombras. Todo junto, siempre con ese aire a Chui que no puede más, y entreverado con mezquitas imponentes y obras de infraestructura del año 300, pero siempre en una armonía difícil de explicar, y lleno, lleno de gente.
Y ese es otro punto destacable (iba a decir el otro punto destacable, pero hay seguramente muchos más). La gente. Los Estambulenses hablan todos los idiomas, siempre están dispuestos a dar una mano sin pedir nada a cambio, pero sobre todo, viven la ciudad con una intensidad, que hace empequeñecer la marea de turistas que la recorren, mitigando enormemente el sentimiento de ser un extraño en ese lugar. Estambul no es una ciudad de cartulina, esa especie de Disneylandia en la que está convertida por ejemplo Praga. A dos cuadras de mi hostal, que está en un barrio de hostales y hoteles, y a 150 metros de Santa Sofía, viven turcos que no viven del turismo. Eso no se ve en todos lados creanmén. Al menos no en lugares tan hermosos como ese (me siento un poco cursi usando ese adjetivo, pero es el apropiado). Ellos se resisten a dejarle la ciudad a los turistas. Incluso en el Bazar, donde los tenderos cumplen su papel de negociantes siguiendo un guión milenario ante los extranjeros, los residentes hacen sus compras de todos los días, y ni se inmutan por las cámaras de fotos.
Que los clichés sean verdad, pero sobre todo que sean de verdad es una sensación excelente.
Por último, la otra impresión que vale la pena mencionar, es la forma en que la ciudad muestra, a pesar de haber dejado de ser incluso capital de un país, su cualidad de Centro del Imperio. Y no solamente cuando uno camina por el palacio, que después de todo pertenece al más reciente período otomano (los últimos 500 años, o toda la historia de la América hispana), sino que la ciudad toda respira un aire de importancia inocultable, incluso las pequeñas calles, los rincones aparentemente más simples, tienen la capacidad de transmitir eso que te recuerda dónde estás parado, en todos los sentidos de la expresión.
Porque este post se ha vuelto muy largo, pero recordemos que Turquía sigue siendo el país bisagra entre la hoy, como hace tanto tiempo, vigente tensión entre el mundo cristiano y el musulmán. Tensión que vio nacer, y que según en qué época supo sufrir o mitigar pero generalmente no fomentar. Tensión que se nota en la política, en la omnipresencia del Islam en la ciudad y en el contingente yanqui en camino a Afganistán que compartió la sala de espera de mi vuelo de regreso a Munich. Cosas que te recuerdan que la importancia geopolítica de esas colinas, ni fue gratuita ni perderá fuerza por un buen tiempo.
miércoles, agosto 15, 2007
in the dark.
The Phrase “in the dark,” as I’m sure you know, can refer not only to one’s shadowy surroundings, but also to the shadowy secrets of which one might be unaware. Every day, the sun goes down over all these secrets, and so everyone is in the dark in one way or another. If you are sunbathing in a park, for instance, but you do not know that a locked cabinet is buried fifty feet beneath your blanket, then you are in the dark even though you are not actually in the dark, whereas if you are on a midnight hike, knowing full well that several ballerinas are following close behind you, then you are not in the dark even if you are in fact in the dark. Of course, it is quite possible to be in the dark in the dark, as well as to be not in the dark not in the dark, but there are so many secrets in the world that it is likely that you are always in the dark about something or another, whether you are in the dark in the dark or in the dark not in the dark, although the sun can go down so quickly that you may be in the dark about being in the dark in the dark, only to look around and find yourself no longer in the dark about being in the dark in the dark, but in the dark in the dark nonetheless, not only because of the dark, but because of the ballerinas in the dark, who are not in the dark about the dark, but also not in the dark about the locked cabinet, and you may be in the dark about the ballerinas digging up the locked cabinet in the dark, even though you are no longer in the dark about being in the dark, and so you are in fact in the dark about being in the dark, even though you are not in the dark about being in the dark, and so you may fall into the hole that the ballerinas have dug, which is dark, in the dark, in the park.
(Lemony Snicket - The End)
(Lemony Snicket - The End)
jueves, agosto 09, 2007
Dinamarca
En esta semana, los funcionarios de cierta facultad pararon completamente, por tiempo en principio indeterminado (que al final fueron dos días), para esperar que se votara una cierta rendición de cuentas que ya se sabía se iba a votar. En ese lapso, hubo que dar, en esa facultad, clases sin cañón, a la antigua. En ese lapso, esos funcionarios cobraron su sueldo.
Este es un blog de literatura o así, así que les paso un poquito de Hamlet, que nunca viene mal:
HORATIO: He waxes desperate with imagination.
MARCELLUS: Let's follow; 'tis not fit thus to obey him.
HORATIO: Have after. To what issue will this come?
MARCELLUS: Something is rotten in the state of Denmark.
HORATIO: Heaven will direct it.
(William Shakespeare, Hamlet, Acto I, Escena IV)
Este es un blog de literatura o así, así que les paso un poquito de Hamlet, que nunca viene mal:
HORATIO: He waxes desperate with imagination.
MARCELLUS: Let's follow; 'tis not fit thus to obey him.
HORATIO: Have after. To what issue will this come?
MARCELLUS: Something is rotten in the state of Denmark.
HORATIO: Heaven will direct it.
(William Shakespeare, Hamlet, Acto I, Escena IV)
viernes, agosto 03, 2007
El poder de la risa (columnista invitado)
Mi amigo Juan Martín, que no es blogger sino escritor, manga de ignorantes, pero que debería ser blogger, porque este texto que me mandó como para enaltecer este espacio es bien bloggie, lo que puta sea eso. Disfrutenló, y a vos, jahey, ya sé que vas a tener algo para decir desde Venecia con Romeo y Julieta.
No se trata de un texto de autoayuda. No mencionaré la cantidad exacta de músculos que se usan para reír, ni ninguna otra estadística gardstyled (¡ah pícaro numerólogo que balconeas las matemáticas, siempre a punto de caer –?–).
Se trata del Humor, y de cierto poder, sí, que se oculta en su seno; un poder más… siniestro… que el de la autoayuda. La expresión más concreta del humor es la Comedia, opuesta a la Tragedia y compañera inseparable de ésta, tal como nos vienen mostrando desde hace miles de años las máscaras de Talia y Melpomene (que recuerdo más que nada al comienzo de Los 3 stooges –al escribir esto suena en mi cabeza la cortina musical, c’est inévitable).
Sin embargo, sostendré hasta el final –el final de este texto– que se trata de fenómenos esencialmente distintos.
La primera gran diferencia que aparece, es la universalidad de la Tragedia frente al carácter local de la Comedia.
Y ya que nos tomamos el trabajo de ir dos mil y pico de años para atrás a buscar a Talia, quedémonos por allá, al menos un par de párrafos. La Tragedia de Aristóteles (preciosamente condensada en «El superhombre de masas» de Umberto Eco) mantiene su vigencia hasta el presente. La Comedia (de autor homónimo, u homohomínido, o como se diga) probablemente ni siquiera fue escrita (aunque Aristóteles la mencione al final de la Tragedia, y aunque Umberto Eco nos haya tenido convencidos de que una copia estaba oculta en una abadía italiana). Aristóteles jamás habría escrito una obra con tantas chances de quedar obsoleta en poco tiempo. Después de todo, un tipo que escribe para la posteridad no va a estar perdiendo el tiempo en chimangos. Pero heme convencido de que aún cuando la obra hubiera existido y hubiera llegado hasta el presente, no tendría la vigencia de la Tragedia.
Como demostración ad-exemplum de estas afirmaciones voy a decir que las tragedias de Shakespeare no pierden vigencia con el tiempo, mientras que las novelitas picarescas de Cervantes no tienen gracia ninguna. Podemos también leer a Imre Kertész traducido del húngaro –previo pasaje por el francés, acaso– y supongo que continúa siendo eficaz (e incluso debería ocurrir con Shusai-san), pero es inútil traducir Inodoro Pereyra a un dialecto pakistaní. Un monólogo de Landrisina doblado al ainglés debe resultar tan poco gracioso como una comedia bosquimana.
En definitiva, que la tragedia es fácilmente exportable y la comedia, no. Y pondré como último example las telenovelas centroamericanas que tanto nos hacen llorar, y los programas cómicos del Canal de las Estrellas. Punto.
¿Por qué pasa esto? Alors –ergo, para los ígnaros– la segunda diferencia: al intentar analizar lo trágico y lo cómico, vemos que lo primero se presta a tal estudio, mientras que lo segundo no soporta la disección. Al menos no sin pudrirse en manos del disector, y exhibir unas entrañas pestilentes. Los componentes de la Tragedia, siguen siendo trágicos (el llanto está lleno de lágrimas, que son llantos chiquititos; pero así, todos juntos, a rastras por tu carita, ¡qué tristeza!). La comedia, en cambio, no está compuesta por cosas cómicas, sino por cosas –aún trágicas– sacadas de contexto. El humor es eso: sacar algo de contexto. Al analizar lo cómico y volver sus componentes al contexto que naturalmente tienen, estos pierden toda comicidad (incluso causa rechazo comprobar de qué nos estábamos riendo). No existen hechos cómicos. Sí existen hechos trágicos (no digo que sean los únicos, que eso lo analice Rodion, asesino). Me gusta creer que, eligiendo el contexto adecuado, se puede encarar todo con humor.
Pero lleguemos rápido (antes de que os empantanéis, con esas patas descalzas, sin cerdas, sin cascos, gastadas de patear tecnodances) a la tercera diferencia: lo trágico parece operar sobre la naturaleza humana (a corazón abierto), mientras que lo cómico, por depender puramente del contexto, sobre lo social; o lo que es lo mismo, sobre lo cultural. Resumiendo (que te tengo ley): La Tragedia opera sobre centros emocionales, intrínsecamente humanos, y la Comedia sobre complejos culturales.
Tan claro como las aguas de Glen-Car (que así caen in pools among the rushes, that scarce could bathe a star; there we seek for slumbering trout & whispering in their ears, give them unquiet dreams),así de claro digo, surge el poder de la risa. El poder colonizador de la risa. Si podemos hacer que una sociedad aprenda a disfrutar de nuestra comedia, la estaremos invadiendo y conquistando por imposición de nuestros contextos. El día que miremos las comedias de SONY y nos sonriamos –tan sólo eso, no pido más– conjuntamente con las risas de los claques, habremos sido conquistados. El rico patrimonio estará vendido al alto precio de la Tvcable.
Aplaudo, desde aquí, las versiones argentinas de comedias yankees, aplaudo a Francella y a Frorencia Peña, porque mirándolos a ellos sólo corro el riesgo de transformarme en argentino –shit!– cosa por demás inevitable –¡requetechanfle! –y no en norteamericano (aunque a punto estuve de escribir "americano").
Y dos cosas más. No, tres; tres cosas más: no existe (1) un modelo que permita obtener el perfil cultural de una sociedad a partir de su comedia y creo que es posible hacerlo y es an earnishious idea (always remember the importance of being earnest); la cosa número 2 es que la Comedia de Aristóteles permitiría una
mejor comprensión de la cultura griega; por lo menos sabríamos cuándo hablan en serio y cuando están jorobando; y lo tercero (3): desconfíe, siempre, de un claque; mire con recelo a ese soldado invasor que tiene la misión de meterse en su cabeza y cambiar todas las conexiones; y téngalo siempre presente, manténgalo de este lado de la conciencia, no lo deje entrar en su subconciente.
(Su-subconciente suena bárbaro!)
No se trata de un texto de autoayuda. No mencionaré la cantidad exacta de músculos que se usan para reír, ni ninguna otra estadística gardstyled (¡ah pícaro numerólogo que balconeas las matemáticas, siempre a punto de caer –?–).
Se trata del Humor, y de cierto poder, sí, que se oculta en su seno; un poder más… siniestro… que el de la autoayuda. La expresión más concreta del humor es la Comedia, opuesta a la Tragedia y compañera inseparable de ésta, tal como nos vienen mostrando desde hace miles de años las máscaras de Talia y Melpomene (que recuerdo más que nada al comienzo de Los 3 stooges –al escribir esto suena en mi cabeza la cortina musical, c’est inévitable).
Sin embargo, sostendré hasta el final –el final de este texto– que se trata de fenómenos esencialmente distintos.
La primera gran diferencia que aparece, es la universalidad de la Tragedia frente al carácter local de la Comedia.
Y ya que nos tomamos el trabajo de ir dos mil y pico de años para atrás a buscar a Talia, quedémonos por allá, al menos un par de párrafos. La Tragedia de Aristóteles (preciosamente condensada en «El superhombre de masas» de Umberto Eco) mantiene su vigencia hasta el presente. La Comedia (de autor homónimo, u homohomínido, o como se diga) probablemente ni siquiera fue escrita (aunque Aristóteles la mencione al final de la Tragedia, y aunque Umberto Eco nos haya tenido convencidos de que una copia estaba oculta en una abadía italiana). Aristóteles jamás habría escrito una obra con tantas chances de quedar obsoleta en poco tiempo. Después de todo, un tipo que escribe para la posteridad no va a estar perdiendo el tiempo en chimangos. Pero heme convencido de que aún cuando la obra hubiera existido y hubiera llegado hasta el presente, no tendría la vigencia de la Tragedia.
Como demostración ad-exemplum de estas afirmaciones voy a decir que las tragedias de Shakespeare no pierden vigencia con el tiempo, mientras que las novelitas picarescas de Cervantes no tienen gracia ninguna. Podemos también leer a Imre Kertész traducido del húngaro –previo pasaje por el francés, acaso– y supongo que continúa siendo eficaz (e incluso debería ocurrir con Shusai-san), pero es inútil traducir Inodoro Pereyra a un dialecto pakistaní. Un monólogo de Landrisina doblado al ainglés debe resultar tan poco gracioso como una comedia bosquimana.
En definitiva, que la tragedia es fácilmente exportable y la comedia, no. Y pondré como último example las telenovelas centroamericanas que tanto nos hacen llorar, y los programas cómicos del Canal de las Estrellas. Punto.
¿Por qué pasa esto? Alors –ergo, para los ígnaros– la segunda diferencia: al intentar analizar lo trágico y lo cómico, vemos que lo primero se presta a tal estudio, mientras que lo segundo no soporta la disección. Al menos no sin pudrirse en manos del disector, y exhibir unas entrañas pestilentes. Los componentes de la Tragedia, siguen siendo trágicos (el llanto está lleno de lágrimas, que son llantos chiquititos; pero así, todos juntos, a rastras por tu carita, ¡qué tristeza!). La comedia, en cambio, no está compuesta por cosas cómicas, sino por cosas –aún trágicas– sacadas de contexto. El humor es eso: sacar algo de contexto. Al analizar lo cómico y volver sus componentes al contexto que naturalmente tienen, estos pierden toda comicidad (incluso causa rechazo comprobar de qué nos estábamos riendo). No existen hechos cómicos. Sí existen hechos trágicos (no digo que sean los únicos, que eso lo analice Rodion, asesino). Me gusta creer que, eligiendo el contexto adecuado, se puede encarar todo con humor.
Pero lleguemos rápido (antes de que os empantanéis, con esas patas descalzas, sin cerdas, sin cascos, gastadas de patear tecnodances) a la tercera diferencia: lo trágico parece operar sobre la naturaleza humana (a corazón abierto), mientras que lo cómico, por depender puramente del contexto, sobre lo social; o lo que es lo mismo, sobre lo cultural. Resumiendo (que te tengo ley): La Tragedia opera sobre centros emocionales, intrínsecamente humanos, y la Comedia sobre complejos culturales.
Tan claro como las aguas de Glen-Car (que así caen in pools among the rushes, that scarce could bathe a star; there we seek for slumbering trout & whispering in their ears, give them unquiet dreams),así de claro digo, surge el poder de la risa. El poder colonizador de la risa. Si podemos hacer que una sociedad aprenda a disfrutar de nuestra comedia, la estaremos invadiendo y conquistando por imposición de nuestros contextos. El día que miremos las comedias de SONY y nos sonriamos –tan sólo eso, no pido más– conjuntamente con las risas de los claques, habremos sido conquistados. El rico patrimonio estará vendido al alto precio de la Tvcable.
Aplaudo, desde aquí, las versiones argentinas de comedias yankees, aplaudo a Francella y a Frorencia Peña, porque mirándolos a ellos sólo corro el riesgo de transformarme en argentino –shit!– cosa por demás inevitable –¡requetechanfle! –y no en norteamericano (aunque a punto estuve de escribir "americano").
Y dos cosas más. No, tres; tres cosas más: no existe (1) un modelo que permita obtener el perfil cultural de una sociedad a partir de su comedia y creo que es posible hacerlo y es an earnishious idea (always remember the importance of being earnest); la cosa número 2 es que la Comedia de Aristóteles permitiría una
mejor comprensión de la cultura griega; por lo menos sabríamos cuándo hablan en serio y cuando están jorobando; y lo tercero (3): desconfíe, siempre, de un claque; mire con recelo a ese soldado invasor que tiene la misión de meterse en su cabeza y cambiar todas las conexiones; y téngalo siempre presente, manténgalo de este lado de la conciencia, no lo deje entrar en su subconciente.
(Su-subconciente suena bárbaro!)
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