From forth the kennell of thy wombe hath crept,
A hel-hound that doeth hunt vs all to death,
That dogge, that had his teeth before his eyes,
To worrie lambes, and lap their gentle blouds,
That foule defacer of Gods handie worke,
Thy wombe let loose, to chase vs to our graues,
O vpright, iust, and true disposing God,
How doe I thanke thee, that this carnal curre,
Praies on the issue of his mothers bodie,
And makes her puefellow with others mone.)
(King Richard the third- William Shakespeare - Acto IV - Escena IV)
(Tu tuviste un Clarence, también, y Ricardo lo mató.
De la perrera de tu vientre ha surgido
un sabueso infernal que a muerte nos persigue:
ese perro, cuyos dientes crecieron antes que sus ojos
para afligir a los corderos y beberse su sangre;
ese odioso destructor de la obra divina,
ese excelso y supremo tirano de la tierra
que reina en los ojos lastimados por el llanto,
de tu vientre salió y nos persigue hasta la tumba.
¡Oh Dios, recto, justo y equitativo en tus dones,
cuánto te agradezco que ese perro carnicero
cobre sus presas en la progenie de su madre
y la vuelva compañera de llanto de las demás)
(De la excelente traducción de Cristina Piña que estoy leyendo)
Con Ricardo III, Shakespeare se manda un novelón. Un malo pero malo malo, increíblemente malo. Miralo vos a William: hasta se manda un personaje inaceptable, y pasa. No entiendo cómo Maquiavelo se llevó para la Historia el premio que debería tener Ricardo. El papel de esta Margarita que la goza porque a la Duquesa de York le mataron a los nietos es tremendo, y su maldición a Ricardo es lo mejor de la obra, pienso:
Ricardo:
¿Terminaste tus conjuros, bruja odiosa y marchita?
Margarita:
¿Y dejarte a ti afuera? Quédate, perro, pues vas a oírme.
Si el cielo se reserva alguna atroz calamidad
que sobrepase a las que imploro para ti
que la guarde hasta que tus pecados estén maduros
y entonces arroje sobre ti su indignación,
hombre que perturbó la paz del pobre mundo.
Que el gusano de la conciencia el alma te devore,
que a tus amigos sospeches traidores mientras vivas
y tomes por amigos a los pérfidos traidores;
que el sueño no cierre tus mortíferos ojos
si no es por medio de un sueño torutrado
que te espante con su infierno de demonios horribles.
Tú, cerdo marcado por el espíritu del mal,
aborto, carnicero,
que llevas desde el propio nacimiento
el sello de esclavo de la naturaleza,
de hijo del infierno;
tú, oprobio del pesado vientre de tu madre,
tú, engendro detestable del riñón de tu padre,
andrajo del honor, tú abominable...
Ricardo:
¡Margarita!
Margarita:
¡Ricardo!
Ricardo:
¿Sí?
Margarita:
No te estaba llamando.
Ricardo:
Entonces te pido perdón: pensé que me habías llamado con esos nombres atroces
Margarita:
Claro que lo hice, pero sin esperar respuesta
¡Oh, déjame cerrar el párrafo de mi maldición!
Ricardo:
Me encargo yo, y su última palabra es... Margarita.
Y hay bastante más en esta larga y lineal obra, llena de personajes y de referencias a cosas que los espectadores sabían entonces.